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Víctor Contreras Cordano

Gerente General Ingeniero Civil Químico de la Universidad de Concepción

Víctor Contreras Cordano

2 de septiembre de 2021

Desde hace un mes hemos tenido la posibilidad de ver la realización de los Juegos Olímpicos y Paraolímpicos de Tokio 2020, una experiencia que marca profundamente a los deportistas que tienen el honor que llegar al certamen deportivo más importante para la carrera de quienes se preparan, en distintas disciplinas, durante toda una vida.

Hace 37 años tuve el privilegio de representar a Chile en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984, en el equipo de remo. Sin duda que mucho ha cambiado desde entonces, partiendo con la tecnología aplicada al equipamiento e indumentaria deportiva, hasta la posibilidad de ver los juegos en línea por YouTube. Pero hay cosas que no cambian, como el orgullo de representar a un país o los valores propios del deporte.

Mirando en retrospectiva todo lo vivido previo a la llegada a las Olimpiadas Los Ángeles, puedo decir que son muchas las lecciones que me han servido en mi desarrollo personal y profesional.

Durante años nuestro equipo estuvo sometido a extensos y exigentes entrenamientos diarios, los que teníamos que compatibilizar con nuestros estudios. Estábamos todos en el mismo “bote”, remando hacia una misma dirección, en donde la capacidad de dialogar, de aceptar la crítica, de discutir sobre diferentes estrategias, eran parte del camino para lograr que todos diéramos lo mejor y llegáramos a la meta, es decir, obtener nuestro máximo rendimiento, trabajando en equipo.

Como grupo compartíamos un objetivo, ser campeones nacionales, y luego ser campeones o medallistas en los certámenes sudamericanos y panamericanos, para, finalmente, soñar con que era posible llegar a una olimpiada. Los objetivos eran individuales y el éxito del equipo.

Como unidad, sin duda, nos enfrentamos a dificultades y tareas que requerían de un gran esfuerzo y que, a veces, parecían inalcanzables. Pero con dedicación, esfuerzo y estrategia llegábamos a la meta, sin olvidar que también era importante ser equipo, camaradas, pasarlo bien, disfrutar y reírnos.

Hubo otros valores, como la disciplina, el respeto entre nosotros y con los remeros de otros clubes o países, que también fueron importantes durante el camino a las olimpiadas. El deporte es sano y virtuoso, no tiene sentido hacer trampa.

Estar sometido durante 10 años a un sistema de entrenamiento y competencia, en paralelo con estudios, y con la vida propia, me dio las herramientas para manejar las exigencias que implican hoy dirigir una empresa de más de 650 personas, así como la consistencia, constancia y la capacidad de priorizar lo importante sobre lo superfluo. El trabajo en equipo, forjado en el bote, es parte de mi manera de funcionar.

El deporte es una gran experiencia para la vida y te prepara para el trabajo, ya que quien no “entrena” en forma constante y consciente, no gana; para mantenerte y lograr objetivos y metas no sirven los amigos, ni los padres, ni los ‘pitutos’, sólo el esfuerzo propio sumado al conjunto te lleva a buenos “rendimientos”; así como nos exigimos, esperamos lo mismo de nuestros compañeros, de modo de lograr el mayor éxito posible para todos. En definitiva, todos somos engranajes de una máquina, todos somos importantes, nadie puede fallar, todos somos un equipo.